Instrumento compuesto por un cilindro de madera de hasta 50 centímetros de altura, recubierto por ambas bocas con parches de pergamino de 25 a 30 centímetros de diámetro,
que se tensan con cuerdas y tirantes de cuero. Se toca generalmente colgado del brazo izquierdo (el mismo que sostiene la flauta de tres agujeros con la que se combina) y con una sola baqueta empuñada por la mano derecha. En el parche inferior, que no se toca, se suele colocar algún bordón o cuerda que roza superficialmente la piel y vibra con ella.
Toda la iconografía de este instrumento desde la Edad Media -aparece ya en las Cantigas de Santa María- muestra al tamboril y a la flauta de tres agujeros unidos, tanto en la corte como en la aldea. Aunque el tamaño varía y va desde atabalillos hasta tambores de considerable tamaño, la colocación y ejecución del intérprete parecen similares siempre. Si bien no puede asegurarse que su origen sea militar, tuvo mucha relación con actividades marciales por resultar su sonido enardecedor para los soldados. En España desde muy temprano aparece unido también a bailes y celebraciones rústicas según refleja un antiguo refrán: “La olla sin cebolla es como boda sin tamboril”.
Algunos tamborileros construían y decoraban su tamboril, incluyendo en la baqueta con que lo golpeaban o en el cilindro expresiones talladas o pintadas del tipo “Viva mi dueño”, “Me hizo Fulano de Tal” o “Es de Mengano…”. La decoración solía reunir los clásicos elementos como cruces, peces, pájaros o el árbol de la vida, según muestra el tamboril del Museo de Urueña, decorado por su propietario José Ramón Cid Cebrián, de Ciudad Rodrigo (Salamanca).