Rafa Martín, un serrano de 50 años, crea sonidos revolucionarios con un instrumento de origen medieval
Casi nada es convencional en la biografía de Rafa Martín, afabilísimo madrileño de 50 años que, desde hace tiempo, reside en una remota casa rural de El Cuadrón, pedanía de Garganta de los Montes, 77 kilómetros al norte de Madrid. Martín es el profesor de música en el instituto de La Cabrera, pero quienes le conocen suelen referirse a él como licenciado en Historia Medieval de conocimientos enciclopédicos, cicloturista casi compulsivo (“me he recorrido toda la península, aunque no volveré a cometer la locura de subir el puerto de Pajares”) o un gran amante de la naturaleza; tanto como para hoy ser el orgulloso propietario de una pareja de burros, Paquita y Lucio. Y además, su hija Violeta.
Pero Rafa es, sobre todo, músico. Y no, tampoco en esa faceta se ajusta a los cánones.
“Yo siempre me he considerado una persona bastante normal”, se apresura a puntualizar él, con una cerveza sin alcohol entre las manos y la sonrisa dibujada en el rostro con tinta indeleble. “Lo único singular son las neuras propias de alguien un poco obsesionado con el instrumento que toca”. Solo que el suyo, la zanfona, constituye una deliciosa rareza en el catálogo de artilugios para el noble arte de la melodía.
La zanfona, que ya el maestro Mateo inmortalizó en el Pórtico de la Gloria compostelano, es un extraño artefacto con manivela y clavijas en el que el sonido se produce por la frotación de las cuerdas con una rueda de madera alojada en el interior. Martín ya demostró las posibilidades de semejante cachivache en su época como integrante de dos populares bandas madrileñas de folk, La Musgaña y La Bruja Gata. Pero ahora se ha propuesto llegar mucho más lejos con su segundo disco en solitario, La serpiente dormida, en el que prácticamente todo lo que suena ha salido de las tripas de sus zanfonas. Por inverosímil que parezca, a juzgar por sus sorprendentes, casi revolucionarios, resultados.
“La zanfona tiene un sonido inimitable, telúrico”, se explaya. “Puede evocarnos la estética medieval, claro, porque le contemplan nueve siglos de historia, pero también la modernidad del jazz modal, el rock o incluso la música electrónica”. Es un timbre chirriante, inconfundible y tan alejado de la norma que a Martín siempre se le ve rodeado por una nube de curiosos. “Mucha gente me mira con extrañeza”, relata divertido, “pero después de los conciertos se acerca a preguntarme. Sus reacciones son de lo más variopintas. Algunos ven la zanfona como una guitarra rara y a otros les asombra su forma y los mecanismos interiores. Es un instrumento con muchas facetas atractivas”.
Partiendo precisamente de esa premisa, Martín comenzó a acariciar la idea de un disco en el que todo cuanto se escuchase proviniera de sus dos zanfonas favoritas, una tenor y otra alto electroacústica. Grabó una pista tras otra en su estudio casero, manipulando ambos instrumentos “en un ejercicio casi de deconstrucción y construcción sonora”. Creó un diapasón para pulsar las cuerdas como un bajo eléctrico, alteró afinaciones, golpeó los distintos elementos a modo de percusión e incluso adhirió bolitas de plomo a la manivela para modificar el timbre. Carlo González Figueroa, el experimentado técnico de sonido que se encargó luego de mezclar el resultado final, es tajante: “No había escuchado nada parecido. Me encontraba con timbres y texturas que no podía reconocer en absoluto”.
El creador de este trabajo medieval-contemporáneo es también autor de casi todas las composiciones, salvo algunas versiones puntuales (Manuel de Falla, Piazzola) y la recreación de Audi pontus, audi tellus, una aterradora pieza del Códice de las Huelgas sobre el fin de los tiempos. Pero la inspiración es netamente madrileña y, más en concreto, serrana. Hay una pieza titulada Jarama, mientras que La serpiente dormida constituye una alusión poética a la silueta de la sierra de Guadarrama.
“A lo largo del disco hay mucha geografía interior, pero también referencias a las aves, montañas, ríos y gentes que pueblan la sierra norte”, corrobora Martín, al que acaban de nombrar vicepresidente de la Asociación de Ganaderos de El Cuadrón. “La nuestra es una comarca un poco dejada de la mano de la Administración madrileña”, se lamenta, “supongo que porque somos pocos habitantes y no interesamos demasiado a nuestros actuales gobernantes. Pero seguiremos ahí, dándoles la lata todo lo que podamos”.
Martín ha fabricado por su cuenta 2.000 ejemplares de La serpiente dormida, al más puro estilo artesanal, y en las últimas semanas venció su pereza en torno a las redes sociales y ha abierto página en Facebook y MySpace. Lo único malo es que, por sus características, las 12 canciones de este trabajo son casi imposibles de trasladar a los escenarios. “Necesitaría, al menos, del concurso de cuatro zanfonistas de buen nivel y un bajista”, calcula, “lo que suena bastante poco viable”. No importa: Rafa Martín seguirá a vueltas con la manivela de sus zanfonas y amenizando, cualquier tarde, a los sorprendidos excursionistas que acierten a pasar por La Peñota, paraje recóndito en la ya de por sí remota pedanía de El Cuadrón.